La séptima potencia empezó a tomar forma cuando Inglaterra, situada en el extremo noroccidental del Imperio romano, emergió de la oscuridad. Para la década de 1760, esta isla-nación se había convertido en el poderoso Imperio británico. Gran Bretaña fue aumentando en poder y riquezas, y ya para el siglo XIX era la nación más rica y poderosa del planeta. “El Imperio británico [...] era el mayor jamás visto en el mundo [...]. Tenía una población de 372 millones de habitantes y abarcaba una extensión de más de 28.000.000 de kilómetros cuadrados [11.000.000 de millas cuadradas].” (Britain 1846-1964: The Challenge of Change.)
Sin embargo, la primera guerra mundial (1914-1918) llevó a Gran Bretaña a forjar un vínculo especial con Estados Unidos, una antigua colonia; como consecuencia, el Imperio británico dio paso a la alianza angloamericana. Esta es, en muchos sentidos, una potencia dual de habla inglesa que ha subsistido hasta el presente (véase el recuadro “Alianza notable”).
La profecía de Revelación 17:10 complementa a otra contenida en el libro de Daniel. Este profeta escribió sobre una “imagen inmensa” que contempló el rey babilonio Nabucodonosor en una visión dada por Dios (Daniel 2:28, 31-43). Daniel hizo saber al monarca que las distintas secciones de la imagen representaban los imperios políticos que se sucederían a partir de Babilonia, la potencia mundial de aquella época (Egipto y Asiria ya habían ascendido y caído). La historia confirma lo siguiente:
La cabeza de oro representó al Imperio babilónico.
El pecho y los brazos de plata simbolizaron a Medopersia.
El vientre y los muslos de cobre señalaron a la antigua Grecia.
Las piernas de hierro prefiguraron al Imperio romano.
Los pies, de una amalgama de hierro y barro, simbolizaron la falta de cohesión social y política que existiría durante el dominio de la potencia mundial angloamericana.
Tras describir la imagen antes mencionada, Daniel escribió: “Una piedra fue cortada [de una montaña], no por manos, y dio contra la imagen en sus pies de hierro y de barro moldeado, y los trituró” (Daniel 2:34). ¿Qué significaría este portentoso espectáculo?
El profeta sigue diciendo: “En los días de aquellos [últimos] reyes el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos [terrestres], y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos” (Daniel 2:44, 45).
Lo anterior suscita una importantísima pregunta: ¿Cuándo se llevará a cabo esta destrucción definitiva? Sí, ¿cuándo eliminará la “piedra” (el Reino de Dios) todo vestigio de la gobernación humana? La Biblia da la respuesta en forma de una “señal” que distinguiría los últimos días (Mateo 24:3).
Reconozcamos “la señal”
La señal del fin comprende guerras a escala mundial, grandes terremotos, pestes y grave escasez de alimentos (Lucas 21:10, 11; Mateo 24:7, 8; Marcos 13:8). Otra marca de “los últimos días” sería la avanzada descomposición moral y espiritual de la sociedad (2 Timoteo 3:1-5). ¿Han tenido lugar “todas estas cosas”? (Mateo 24:8.) Sí. Tanto que hoy día muchas personas temen el futuro. El diario The Globe and Mail informa: “Algunos de los más eminentes pensadores de la ciencia y la sociedad están lanzando pronósticos alarmantes sobre el fin de la humanidad”.
No obstante, tales predicciones se equivocan en un detalle muy importante: el género humano no desaparecerá. De hecho, la intervención del Reino de Dios es una garantía de ello. Al proporcionar la señal del fin, Jesucristo aseguró: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14).