JESÚS fundó el cristianismo, y sus seguidores lo difundieron por todo el mundo en tiempos del Imperio romano. Todavía pueden verse calzadas, acueductos y monumentos romanos en países como Gran Bretaña, España y Egipto. Esos vestigios son reales, y nos recuerdan que Jesús y sus apóstoles —así como la historia de sus hechos y palabras— también lo fueron. Por ejemplo, si uno camina por la antigua Vía Apia, estará yendo por la misma ruta que el apóstol Pablo recorrió en su viaje a Roma (Hechos 28:15, 16).
Historia fiable
El registro bíblico de las actividades de Jesús y sus discípulos incluye numerosas referencias a hechos históricos del siglo primero. Observe la precisión con que el escritor bíblico Lucas señaló el año que vio dos acontecimientos de excepcional importancia, a saber, el comienzo del ministerio de Juan el Bautista y el bautismo de Jesús, cuando este se convirtió en el Cristo, o Mesías. Lucas dejó constancia de que ambos hechos ocurrieron en “el año decimoquinto del reinado de Tiberio César [29 de nuestra era], cuando Poncio Pilato era gobernador de Judea, y Herodes era gobernante de distrito de Galilea” (Lucas 3:1-3, 21). El evangelista mencionó también los nombres de otros cuatro funcionarios importantes: Filipo (hermano de Herodes), Lisanias, Anás y Caifás. Estos siete nombres han sido confirmados por historiadores seglares. De momento, hablaremos de Tiberio, Pilato y Herodes.
Tiberio César es muy conocido, y su efigie aparece en varias obras de arte. El Senado romano lo nombró emperador el 15 de septiembre del año 14 de nuestra era, cuando Jesús tenía unos 15 años de edad.
Poncio Pilato: su nombre y el de Tiberio se mencionan en un relato del historiador romano Tácito fechado poco después de que se terminara de escribir la Biblia. Con respecto al término cristiano, Tácito dijo: “El autor de este nombre fue Cristo, el cual, imperando Tiberio, había sido justiciado por orden de Poncio Pilato, procurador de la Judea”.
Herodes Antipas fue famoso por haber fundado junto al mar de Galilea la ciudad de Tiberíades, en la que instaló su residencia. Posiblemente fue allí donde ordenó que se le cortara la cabeza a Juan el Bautista.
Los relatos bíblicos también hacen referencia a sucesos notables ocurridos en la época romana. Respecto al tiempo del nacimiento de Jesús, leemos: “Ahora bien, en aquellos días salió un decreto de César Augusto de que se inscribiera toda la tierra habitada (esta primera inscripción se efectuó cuando Quirinio era el gobernador de Siria); y todos se pusieron a viajar para inscribirse, cada uno a su propia ciudad” (Lucas 2:1-3).
Profecía confiable
La Biblia contiene profecías notables que se escribieron y cumplieron en la época romana. Por ejemplo, cuando Jesús entró cabalgando en Jerusalén, lloró y predijo cómo los ejércitos romanos destruirían la ciudad: “Vendrán días sobre ti en que tus enemigos edificarán en derredor de ti una fortificación de estacas puntiagudas [...], y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no discerniste el tiempo en que se te inspeccionaba” (Lucas 19:41-44).
No obstante, los seguidores de Jesús tendrían la posibilidad de escapar. ¿De qué forma? Jesús les dio por adelantado instrucciones concretas: “Cuando vean a Jerusalén cercada de ejércitos acampados, entonces sepan que la desolación de ella se ha acercado. Entonces los que estén en Judea echen a huir a las montañas, y los que estén en medio de Jerusalén retírense” (Lucas 21:20, 21). Es probable que los cristianos se hayan preguntado: “¿Cómo escaparemos de una ciudad sitiada?”.
Josefo registró lo sucedido. En el año 66, cuando un gobernador romano se llevó del tesoro del templo dinero para cobrar los impuestos atrasados, los rebeldes judíos se indignaron y masacraron a las tropas romanas, declarándose de hecho independientes. Posteriormente en aquel año, Cestio Galo, gobernador romano de Siria, marchó hacia el sur con 30.000 soldados y llegó a Jerusalén durante una fiesta religiosa. Galo penetró en la periferia de la ciudad e incluso empezó a minar la muralla del templo, donde los rebeldes se habían refugiado. De pronto, sin ninguna razón aparente, decidió marcharse, y los judíos, exaltados, atacaron al ejército en retirada.
Los cristianos fieles no se dejaron engañar por este giro de los acontecimientos. Comprendieron que lo que habían visto era el cumplimiento de la sorprendente profecía de Jesús: la ciudad había sido rodeada por ejércitos acampados. Y ahora, como los ejércitos se habían retirado, aprovecharon la oportunidad para huir. Muchos se fueron a Pela —ciudad gentil políticamente neutral—, ubicada en las montañas al otro lado del Jordán.
¿Qué pasó con Jerusalén? Los ejércitos romanos volvieron —dirigidos por Vespasiano y su hijo Tito—, esta vez con 60.000 soldados. Marcharon sobre la ciudad antes de la Pascua del año 70, dejando atrapados en su interior tanto a residentes como a peregrinos que se habían congregado allí para la fiesta. Las tropas romanas despojaron de árboles el distrito y edificaron una cerca de estacas puntiagudas, tal como Jesús había predicho. Unos cinco meses después, la ciudad cayó.
A pesar de que Tito ordenó que se conservara el templo, un soldado le prendió fuego, y en el lugar no quedó piedra sobre piedra: precisamente como había anunciado Jesús. Según Josefo, murieron 1.100.000 judíos y prosélitos, la mayoría debido al hambre y la peste; otros 97.000 fueron hechos prisioneros. Muchos terminaron como esclavos en Roma. Hoy día, quienes visitan esta ciudad pueden ver el famoso Coliseo, que terminó de edificar Tito después de la campaña de Judea, así como el Arco de Tito, el cual conmemora la conquista de Jerusalén. Como vemos, la profecía bíblica es confiable hasta el último detalle; de ahí que sea tan importante que prestemos atención a lo que dice respecto al futuro.
Para el momento en que Juan registró dichas palabras, habían caído ya cinco “reyes”, o imperios, a saber: Egipto, Asiria, Babilonia, Medopersia y Grecia. El que imperaba entonces era Roma. Por lo tanto, solo faltaba uno: la última potencia de la historia bíblica.
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